Reseña crítica: El falaz Lew Walters (un delgado Warner Oland) junto a sus tres matones (Fred Kohler, Charles Newton y Joe Rickson) secuestra a la abnegada Milly (Beatrice Burnham) y su hija Bessie (Seessel Anne Johnson), disparando contra el marido (Arthur Morrison). Malherido pero aferrándose a un hilo de vida, el esposo manda a llamar a su cuñado, un Texas Ranger (Tom Mix) que, al enterarse, jura por su vida remover cielo y tierra para dar con los pillos y recuperar a su hermana y sobrina. Pasan los años y Walters se hace llamar Dyer y se convierte en juez de un pueblo donde la ley es dictada por el irascible y autoritario Tull (Charles Le Moyne). Será cuestión de tiempo para que el peregrino de la muerte encuentre a sus presas y descienda sobre ellos el peso de la venganza. En el pueblo donde Dyer es parte de una camarilla, opera el cuatrero Oldring (Wilfred Lucas) que cabalga con un jinete enmascarado de misterioso origen. Venters (Harold Goodwin), joven peón de la Sra. Withersteen (Mabel Ballin), sigue a los cuatreros y descubre que el encapotado jinete es realmente una chica (obviamente, la hija de Milly y sobrina del protagonista). De ahí en más, Tom Mix irá poniendo las cosas en orden y dándole su merecido a cada uno. Los libros de historia estipulan que el western mudo tuvo dos aproximaciones tan opuestas como complementarias: William S. Hart y Tom Mix. Uno, el enfoque serio, dramático, realista; el otro, volcado al slapstick estilo Fairbanks, con tramas frescas y dinámicas proezas que caracterizaron al gran caballista. En este caso, la adaptación de la novela de Max Brand tiene su exceso de rótulos pero también un desarrollo narrativo denso resuelto en un plazo de ¾ de hora - para dar pie al desenlace a pura acción. Desde luego no hay un ápice de atisbo de que los villanos principales fueran mormones (según la novela), pero eso no quita intencionalidad o lógica interna al cuadro de situación. Tom Mix, en una actuación seria que recuerda a Hart, logra teñir la pantalla de la tragedia propia de la venganza, con sus aciagas muertes bien plasmadas por el realizador Lynn Reynolds. Pero hay algunos rastros del Mix popular que gustan chicos y grandes. En una secuencia, los villanos disparan desde lejos y Mix se deja caer en el pastizal, improvisando un trineo con una zarza y dejándose remolcar por su fiel pingo. En otra, sorprende a una banda de cuatreros en una gresca interna y los obliga a seguir dándose de trompis a punta de escopeta. El resto es el meritorio trabajo del director de fotografía Daniel Clark, que proporciona el acertado protagonismo al montañoso paisaje de Arizona (ambos, Reynolds y Clark eran los técnicos habituales de los films de Mix para Fox). Y si bien la resolución narrativa cumple su cometido satisfactoriamente, el espectador queda con ansias de sentarse a ver la secuela THE RAINBOW TRAIL (El Valle de la Sorpresa / Camino del Desquite-1925). [Cinefania.com]
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